Cada día tengo más claro, y más
ahora desde mi nuevo ciclo vital, la importancia de los buenos tratos en la
infancia. El cariño, el afecto, el amor incondicional, la tranquilidad, la
seguridad emocional, en definitiva un vínculo sano en la infancia es la mayor
responsabilidad que podemos tener como padres y como madres. Nuestros hijos e
hijas se presentan en nuestra vida como un lienzo en blanco con la necesidad de
ser acompañados en este nuevo camino para poder hacer frente a su nueva vida de
la manera más sana y feliz posible.
Ser consciente de cómo somos, es
decir, reconocernos en profundidad, es una de las herramientas más valiosas de
las que podemos disponer. Esto nos permite ir generando cambios en la medida
que sea necesario, aprender y reaprender; ya que el aprendizaje es algo que nos
acompaña durante toda nuestra vida. Este aprendizaje continuo es el que nos
permite adaptarnos a todos nuestros ciclos y experiencias vitales, posibilitándonos
la flexibilidad necesaria para seguir afrontando nuestras vidas de manera sana
y equilibrada.
Las personas adultas, las que
hace tiempo que iniciamos el camino, estamos cargadas de experiencias que van
marcando lo que somos, la forma que tenemos para enfrentarnos a la vida y la
manera de relacionarnos con los demás. Desde esta experiencia y aprendizaje
vamos dando respuesta a nuestro día a día, depositando un poquito de nosotros
en todo lo que hacemos y en todas las personas con quien lo compartimos. Ser
consciente de ello, de nuestra esencia, es la clave de la relación con nuestros
hijos, ya que cuando vienen a compartir su vida con nosotros esta esencia
formara parte de lo que en un futuro serán.
Este sin duda es el mejor regalo
que se les puede dar a nuestros pequeños. Estos, ante este cariño en forma de
incontables caricias, ante este afecto con tantas y tantas palabras cargadas de
ilusión, ante este cuidado incondicional, en definitiva, ante este vinculo que
se va forjando de manera inquebrantable, nos responden con la mejor de sus
sonrisas a falta de las palabras que aún están por llegar.
Por desgracia, son muchos los
niños y niñas que no han tenido esta crianza.
No se les ha enseñado a interpretar
correctamente y de manera sana todo aquello que se van encontrando a lo largo
de su vida. Son muchos los niños y niñas
que han iniciado su vida sin ser acompañados, sin cariño, sin afecto, sin
vínculos sanos, sin protección, es decir, sin tener una mano a la que agarrarse
y sentir ese reconocimiento emocional que todos necesitamos.
La educación social nos permite
acompañar a las personas en estos procesos. Conocerles y que nos conozcan desde
una posición de no saber. Reflexionar y trabajar conjuntamente desde el
respeto, desde la sinceridad y desde la empatía. Pero todo ello requiere de un
tiempo indefinido porque crear vínculo y experiencias resilientes no puede ir
acompañado de tiempos o plazos que lo acoten.
Por ello es importante empezar a
enfatizar más en la prevención, en la necesidad de generar cambios que permitan
superar las intervenciones tardías, esas que responden a una acción. Tenemos
que ser la acción. Una acción capaz de generar cambios en un futuro próximo.
Es necesario volver a construir
una comunidad protectora desde todos los espacios que la conforman; siendo conscientes
de que el individualismo que dirige nuestra sociedad debilita el colectivo que
somos. Una comunidad unida, compartida, respetuosa y solidaria no permitiría la
soledad y el vacío emocional de tener que afrontar una vida sin una mano a la
que agarrarse.
Eskerrik asko Marta. Precioso post.
ResponderEliminarEskerrik asko Ines!
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