El 25 de octubre, el
colectivo Aldarrikatu tuvo ocasión de conversar con Silvia Navarro en torno a
su último libro “Saber femenino, vida y
acción social”. El encuentro tuvo lugar en el Hika Ateneo, en Bilbao.
Silvia Navarro ha
desarrollado una amplia y diversa carrera profesional en el campo de la acción
social, tanto a nivel local como institucional. Es trabajadora social y docente
en diversas universidades, y actualmente participa como facilitadora en
procesos de innovación y aprendizaje en el marco del proyecto “Rayuela
Creactiva”.
En el Hika Ateneo, Bilbao |
Formas
alternativas de saber
En su texto, Silvia
aborda la necesidad de avanzar hacia formas
de saber alternativas en el campo de la intervención social. Es decir,
frente a la lógica hegemónica basada en el protocolo, las normativas, el
control y la vigilancia de los cuerpos bajo el dominio de una razón
instrumental, (que precisamente obtiene su potencia de los cálculos, las
estadísticas y el cientificismo de época), se pueden buscar otras alternativas.
¿Cómo generar una acción social que se sostenga de formas alternativas de saber?
o dicho con otras palabras, ¿Cómo hacer una praxis que subvierta, en cierta medida,
el discurso dominante?
El
protocolo: un conjuro eficaz
“Hemos
protocolarizado la vida buscando ansiosamente un conjuro eficaz que nos libere
de toda responsabilidad” Silvia Navarro
Efectivamente, el furor
de los protocolos viene precisamente a taponar la emergencia de un sujeto, un
sujeto responsable. Tanto del lado del profesional, los protocolos tapan su
angustia pero a costa de borrar su acto (clínico, educativo, social), como del
lado de las personas que, por diversos motivos, nos dirigimos a una
institución. Hay pues, un borramiento del sujeto y de su singularidad.
“Los
trámites, los cálculos, los protocolos y las normativas lo inundan todo,
llenándolo de silencio porque el suyo es un lenguaje mudo y estándar, ideado
para protegerse de la vida” SN
El lenguaje de los
cálculos, como señala la autora, es una lengua muda, sin palabras. Es decir,
sin posibilidad de vínculo social. El silencio de las estadísticas trata de
producir un discurso sin palabras, sin malentendidos, sin imposibles; una
lengua positivista y total, más allá de los equívocos que constituyen al ser
hablante.
La
expulsión de lo distinto y la proliferación de lo igual
En su texto “la expulsión de lo distinto”, el
filósofo coreano Byung-Chul Han plantea una tesis fuerte: sostiene que el
capitalismo, como sistema por y para la producción, «expulsa todo lo distinto».
Lo interesante, me
parece a mí, es que esto lo pone en serie con otro mecanismo del discurso, al
que denomina «la proliferación de lo igual». Asistimos hoy, como señala Silvia,
a un exceso de lo normativo en el campo de la acción social. Han, por su parte,
plantea que este empuje hacia la igualdad es el correlato de prácticas segregativas.
Este ideal de igualdad, integración, adaptación a la norma, a lo normal (que no
es otra cosa que la norma estadística), orienta multitud de prácticas en el
campo de la acción social.
Por supuesto, hay una
versión de la igualdad de derechos con la que todos estaremos de acuerdo. Sin
embargo existe, a mi parecer, un reverso de este empuje a la igualdad en las
prácticas sociales. El ideal de igualdad esconde su reverso, la expulsión de lo
distinto. De la misma manera, el ideal de adaptación tropieza, una y otra vez,
con aquello que en cada vida humana no es adaptable ni contabilizable, ni entra
en la norma, que no es otra cosa que el deseo humano.
Para entendernos,
digamos que el deseo es aquello que nos humaniza, y al mismo tiempo aquello que
en cada vida cojea, no encaja, tropieza y se resiste a ser adoctrinado,
apresado, colonizado por los discursos de aquello que en cada momento histórico
es considerado como normal (norma). El deseo no se colectiviza ni se comparte,
no hay posibilidad de globalización en el campo del deseo. Es aquello
irreductible que habita en cada ser, y que nos permite organizar nuestro lazo
social; que es siempre particular y no globalizable. En este sentido, el deseo
es íntimo e intransferible, es aquello que hay de particular en cada individuo.
Nos separa y nos une; condición de posibilidad para el vínculo social. Por el
contrario, estas prácticas basan su eficacia en el ideal de adaptación e integración
social. “Ser-una-persona-normal” se convierte así en un imperativo que puede
resultar aterrador. Lo normal, como cálculo estadístico.
Activismo
vs Pasividad
En sus páginas, Silvia
desarrolla una tesis sobre “el feroz
activismo”, para capturar uno de los puntos de inflexión en el trabajo
actual en el campo de lo social, en la relación asistencial, en el programa
institucional. Ella dice “Permanecer a la
escucha, a lo largo del proceso de ayuda, implica muchas veces suspender la
acción, pararnos, respirar, callar, ser pacientes (…), en fin, habitar esa
pasividad tan necesaria. El activismo, la acción muchas veces compulsiva,
orientada a dar una respuesta rápida”.
La autora opone estos
dos términos; activismo y pasividad. El concepto de pasividad resulta
estructurante de cara a pensar una praxis ética en nuestra época hiper-activa. Toda
práctica, bien sea educativa, social o clínica, ha de poder articularse en tres
tiempos: el instante de ver, el tiempo de pensar, el acto de concluir. En
ocasiones, aquellos que hacemos una praxis “algo diferente” somos “acusados” de
pasivos, y no resulta nada fácil argumentar que se trata precisamente de un
acto, de una acción, o de un tiempo necesario, que hay que transitar, y que no
se puede violentar ni precipitar. Que dar un tiempo, escuchar, dar la palabra,
son actos necesarios.
Un
breve ejemplo
Atiendo a un niño (al
que llamaremos Mikel), diagnosticado de autismo, que se niega a entrar en los
talleres de juego de una institución. Un día, uno de los educadores le pregunta
a Mikel si quiere mirar el armario de los juguetes, que está fuera del espacio
de taller, y que si le parece bien, quizás podría elegir un juguete que sea de
su interés.
Frente al armario, y
acompañado por este educador, Mikel elige un radiocasete. Sólo entonces, Mikel
decide, decididamente, cruzar el umbral de la puerta de los talleres para
conectar la radio y buscar una canción, poniendo el volumen extremadamente
alto. Entonces Mikel solicita a un monitor para jugar a un juego de mesa.
A partir de este
acontecimiento Mikel acude a los talleres de juego, habla, hace
interesantísimas elaboraciones, se divierte, juega, realizando un trabajo de
gran interés para él. Ampliando su mundo y su lazo social. Siempre a condición
de poner la radio, elegir una canción y subir el volumen. Hace esto de manera
repetitiva.
Concluyendo
¿Qué quiero decir con
esto? Que, a veces, no se trata de proponer prácticas colectivizantes, sino de
dar un tiempo, escuchar, dar la palabra, y adaptarse a las condiciones
subjetivas. En este caso, la condición de entrada en los talleres pasaba por
darle un tiempo a este niño, no forzarlo (ante lo cual surgía inevitablemente la
violencia y la injuria). Inventar una manera propia que le permite a Mikel tratar
lo invasivo de las voces que le rodean.
Encontrándonos con que
la elección de este sujeto por la serie radio-canción-volumen, se ha convertido
en la condición de posibilidad para un trabajo muy particular. Aquel que anuda
el cuerpo, la palabra y la marca de su subjetividad. Cada uno de nosotros,
tenemos una relación diferente y particular al tiempo, al consentimiento, al
trabajo, a las palabras, a la voz, en definitiva… al vínculo social.
Esto fue posible debido
a una orientación no-segregativa por parte de los profesionales y de la
institución. Es el fruto de un trabajo colectivo e interdisciplinar orientado
por la singularidad, el respeto de los tiempos subjetivos y la clínica.
Cosme Sánchez
Técnico en
intervención social y miembro del Colectivo Aldarrikatu